El Feminismo Campesino y Popular, un legado del Norte de Santander para la Paz

El Feminismo Campesino y Popular, un legado del Norte de Santander para la Paz

Por: Antonia Bedoya Zuluaga

En la primera Asamblea Regional realizada en Cúcuta el pasado 24 y 25 de mayo, en el marco de la 3ª Asamblea Nacional por la paz, convocada por la Unión Sindical Obrera, participaron diferentes organizaciones preocupadas por retribuirles a las mujeres el espacio que les corresponde en el campo. Esto, a pesar de que la mayoría de las asociaciones no están destinadas específicamente a la lucha por los derechos de las mujeres.

Ejemplo de ello es Juntas Podemos, una asociación de Juntas de Acción Comunal del Catatumbo que apuesta por los territorios campesinos agroalimentarios y la defensa de las semillas ancestrales, pero que hoy en día cuenta con un espacio específicamente destinado para las mujeres, el cual está al frente de Rosalba Beltrán.

“Con las mujeres trabajamos cuáles son los derechos que tienen, cuáles son las luchas que se han venido dando, por qué hoy hemos logrado llegar a estos espacios y por qué luchas se encuentran aquí. ¿Si es porque hay un Estado que siempre las ha querido ahí? o ¿es porque ha habido compañeras que han caído y que han sido perseguidas por defender a las que hoy estamos?”, explica Rosalba respecto a su labor en la línea de mujeres.

Que en la región esté tan expandida la preocupación por hablar de derechos de las mujeres en todo tipo de organizaciones, se debe en buena parte a los esfuerzos realizados por el Comité de Integración del Catatumbo (CISCA). El cual, tras reconocer que esta ha sido una organización dirigida exclusivamente por hombres adultos, empezó a plantearse preguntas acerca de cómo podía contribuir a la transformación cultural “para elevar la participación de las mujeres, escuchar su voz y contar con todos sus potenciales en la lucha organizativa”, manifiesta María Ciro, integrante del CISCA y lideresa social.

El CISCA al ser miembro de El Coordinador Nacional Agrario, está a su vez adscrito a la Coordinación Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOP) y a la Vía Campesina -movimiento campesino internacional-, que promueven el Feminismo Campesino Popular. Este tiene como ejes centrales la soberanía alimentaria; la reforma agraria integral, popular y feminista; y el reconocimiento del aporte de las labores del cuidado de las mujeres campesinas y su lucha por una nueva relación con la naturaleza.

Con base en esto, el Cisca ha promovido talleres, conversatorios, una Escuela de Feminismos internacional, y diferentes espacios de formación dirigidos a integrantes de movimientos sociales de la región, para que tengan en cuenta en sus luchas todos los sistemas de opresión, incluido el patriarcal.

 

Una reforma agraria también para ellas

Más allá de la distribución inequitativa de La Tierra en Colombia en términos de clase, en la que el 1% del país concentra más del 80% de la tierra productiva (Dane, 2014), también hay una brecha muy marcada en cuanto a qué miembros de la familia poseen y tienen el control de la tierra que trabajan.

Según la nota estadística del Dane Propiedad rural en Colombia, Un análisis con perspectiva de género e integración de fuentes de datos (2022), el 63,7% de los predios de único propietario tienen como titular a un hombre, y solo el 36,3% a una mujer. Por otro lado, están los casos de copropiedad que son el 46,7% a nivel nacional, aunque este porcentaje no distingue el parentesco por lo que no necesariamente indica mayor equidad a razón de que la propiedad sea compartida entre los miembros de un mismo núcleo familiar.

Lo que sí es una realidad en todos los departamentos del país, es que el porcentaje de mujeres propietarias es superior al porcentaje de mujeres tomadoras de decisiones en las unidades productivas.

 

Como expone María, “los campesinos y las campesinas somos los menores poseedores de la tierra, producimos el 70% de los alimentos en un porcentaje muy pequeño de la tierra. De ese porcentaje las mujeres estamos produciendo el 56% de estos, pero los alimentos que nosotras producimos no van a ser de comercialización, la mayoría de estos van a redes de intercambio local (…) Las personas mas pobres en el país estamos en el campo, somos campesinos, indígenas y afrodescendientes. Pero las personas más pobres entre los pobres, las más explotadas entre los explotados, somos las mujeres que vivimos en el campo.”

Lo que dice esta lideresa indica además que las mismas labores productivas que en los hombres son concebidas como trabajo, y por lo tanto implican captación de dinero, cuando son realizadas por mujeres son percibidas como labores de cuidado sin una remuneración significativa. Y esto está respaldado en el mismo informe del Dane: “los menores ingresos que perciben para el hogar, fortalecen la idea de que es el esposo o compañero quien debe llevar la dirección y jefatura del hogar y, por lo tanto, quien tiene el derecho a la titularidad sobre los terrenos y bienes inmuebles obtenidos bajo la sociedad conyugal”.

 

Resignificar las labores del cuidado

Las mujeres de Norte de Santander luchan por problematizar los roles de cuidado que han sido asignados históricamente a las mujeres. Andrea Vanegas, integrante de la Juventud Comunista Colombiana, intervino en la sesión del 24 de mayo respecto a una mención que se le hizo a las mujeres como cuidadoras: “Nosotras no somos cuidadoras, nosotras venimos a dar aportes significativos a la paz, el ambiente y a la transformación política del Norte de Santander. Nosotras lo merecemos como mujeres que lo habitamos”.

Es cierto que las mujeres exigen una participación social justa en las que sean tomadas como actoras políticas, al igual que cualquier hombre. Pero para alcanzar esto debería bastar con su condición de ciudadanas, sin que esto implique rechazar o asumir ningún rol que sea considerado “femenino“ o “masculino“. Esto a su vez implica que los hombres también asuman las labores del cuidado que son fundamentales para el tejido social, para que así podamos empezar a darles el valor que realmente tienen.

Las mujeres campesinas que han sido percibidas como “solo” cuidadoras, realmente han participado en todas las formas de trabajo, en la tierra y en la casa. Además, como manifiesta Rosalba, esto las ha llevado a conectar con las luchas para la defensa del territorio y de ellas mismas: “Nosotras las campesinas, por tener el rol que tenemos, que somos las que trabajamos la tierra, las que cuidamos el niño, las que salimos a trabajar con el esposo, pero tenemos que llegar a la casa a preparar los alimentos… Yo creo que como mujeres nosotras sí tenemos que darnos la pelea por la defensa de nuestro territorio (..) a pesar de todo nosotras tenemos ese rol y es el rol de cuidadoras tanto de nuestra madre tierra como también de nuestros hogares y de nosotras mismas”.

 

Las mujeres del Catatumbo exigen Paz

Las consecuencias de la violencia hacia las mujeres en el conflicto va mucho más allá de las balas y la sangre. Ellas tienen que enfrentarse también a la violencia patriarcal que se acentúa con todo su peso en contextos de violencia.

Frente a esto, Rosalba cuenta que “hoy en la región del Catatumbo, con la entrada del narcotráfico a la zona debido a la coca, y la palma también, las mujeres hemos sido bastante afectadas por ese tema. Y es que el patriarcado que ha habido siempre y que todavía existe, ha hecho que nos miren como un objeto. Nos obligan sobre cómo tener mi cuerpo, cómo vestirme. Entonces yo me tengo que ver bonita para gustarle a él, y hay platica. Yo creo que eso es algo que debemos ir ganando porque no podemos seguir con que nos tengan como la cosita que la vendo y la compro”.

Por otro lado, está el dolor de todas las mujeres que sienten que han parido a sus hijos para que se los lleve la guerra, tal como manifiesta Carmen García, fundadora de la Asociación de Madres del Catatumbo por la Paz: “Nuestra lucha es poder vivir en paz, que nosotras nos podamos acostar por las noches y nuestros hijos estén por las calles y nosotras no pensar que en cualquier momento nos van a llamar, o vamos a escuchar un disparo y nos los van a matar, sino que de verdad haya paz en el territorio. Pero una paz verdadera, una paz con justicia real.“

Las mujeres de Norte de Santander luchan por una mayor igualdad en la distribución de la tierra, el acceso a la formación y a la vida política, y para que el departamento sea un territorio libre de fusiles pero con justicia social. En palabras de Carmen: “Una paz en la que las armas solo sirven para matar. Poder hacer que estos jóvenes tomen este liderazgo, que conozcan los derechos humanos, que no violen estos derechos. Que sean personas que tengan oportunidades, poder darles educación, cultura. Poder incidir sobre el gobierno nacional y local sobre la defensa de los derechos de nuestros hijos y de nuestros jóvenes. Poder construir un país mejor para que el día de mañana, a estos jóvenes no les toque portar un arma“.

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