Por: Antonia Bedoya Zuluaga
En la Asamblea Regional por la Paz realizada por la Unión Sindical Obrera el 26 y 27 de octubre en Barrancabermeja, se escucharon diferentes voces que exigieron la apropiación y valoración del conocimiento de las comunidades, las organizaciones sociales y los saberes ancestrales para lograr una transición minero energética justa y una economía sostenible en los territorios.
“Las comunidades, especialmente aquellas que han vivido en armonía con la naturaleza, desarrollan procesos de innovación propios, como prácticas agrícolas sostenibles, métodos de reforestación, que están adaptados a las condiciones de su contexto y de su entorno. Esos conocimientos surgen de la observación directa y una relación cercana con los ecosistemas que muchas veces no se contemplan en estudios científicos convencionales”, explica Douglas Molina, docente y experto en gobernanza ambiental y desarrollo rural.
No podemos hablar de un nuevo modelo minero energético justo si este borra a las comunidades. Apelar al conocimiento basado en datos y metodologías rigurosas, pero que desconoce las relaciones sociales que existen dentro de los ecosistemas, obedece a un modelo económico neoliberal que se replica en la ciencia y que ha sido el causante de gran parte de este desastre.
“En el sur global teníamos diferentes experiencias de cómo podíamos aprovechar los recursos para generar la energía sin generar un mayor impacto en nuestros ecosistemas. No podemos pensar en una transición energética que siga haciendo lo mismo, causando el mismo daño que vienen causando las energías tradicionales. Aunque muchos lo vean como un discurso científico o de la academia, para mí, es un discurso ancestral. Para mí es una discusión que tiene que girar en torno a cuáles son los saberes que tienen nuestras comunidades, cuáles son los mecanismos de autodeterminación que tienen para cuidar sus bosques, sus serranías, sus ciudades, sus barrios y sus comunas”, expresa Yesid Vera, líder social y miembro del Congreso de los Pueblos.
Por su parte, Yolanda Becerra, directora de la Organización Femenina Popular, manifiesta que, si bien hacen falta espacios de apropiación social del conocimiento en los territorios para generar las bases teóricas e investigación sobre la transición minero energética, es un proceso que debe impulsarse desde lo local, a través de la creación de centros de aprendizaje con las mujeres en el centro. “Sabemos que hemos hecho muchas cosas por defender el territorio, por defender el agua, por defender la serranía, por defender la tierra, por defender la agroecología. Pero ya cuando esto se enmarca en una transición de economías, en cómo se reposiciona una economía en nuestros territorios, no podemos esperar las mujeres a después de, para entender, hablar, capacitarnos y asumir el tema”.
Escuchar los territorios es darse cuenta que el problema no radica en la falta de alternativas. Por donde se mire han existido y se generan prácticas innovadoras en cuanto al aprovechamiento de riquezas naturales. Sin embargo, los esfuerzos de la ciencia tradicional están enfocados en las consecuencias y no en la raíz del problema. Pareciera que, sin cuestionar los modos de vida insostenibles de unxs pocxs, lo que busca es encontrar soluciones “milagrosas”, totalmente desconectadas de la realidad, que logren desaparecer por arte de magia, al menos de la vista de lxs más ricxs, el impacto que ellos mismos generan.
Del otro lado, las comunidades buscan constantemente evolucionar en sus modos de vida para encontrar alternativas que les permitan vivir en paz y en armonía con el medio ambiente. “El conocimiento que tienen las comunidades es muy valioso para aportar a la transición minero energética, lo que pasa es que la ciencia no ha querido darle la profundidad o la veracidad que se requiere”, explica Yesid, quien a modo de ejemplo agrega: “La comunidad Emberá en el Chocó tienen un método de construcción de viviendas que es muy parecido a las casas en bareque, pero les permite tener un depósito para que los residuos orgánicos puedan generarle gas a la vivienda”.
En esa sumatoria de ejemplos, Yolanda argumenta que “las mujeres del Magdalena Medio hace años impulsan proyectos de bioeconomía y emprendimientos centrados en el aprovechamiento de los bienes comunes, de una forma respetuosa con el medio ambiente: Aquí hemos hecho históricamente bazares de mujeres con todo el ejercicio de la bioeconomía, BazARTES, solo que lo hemos hecho con menos plata y con menos respaldo”.
Otra parte del problema radica en el borrado que se impulsa desde la academia, de quienes se han esforzado por resaltar y articular este conocimiento que viene de los territorios. “Uno de los principales obstáculos es la invisibilidad de los saberes ancestrales y comunitarios, que suelen ser subvalorados o ignorados por las estructuras académicas convencionales. Esos conocimientos construidos a través de la experiencia, la relación con el entorno, y la tradición oral no siempre encajan en los parámetros de validación científica”, explica el profesor Douglas Molina.
A pesar de que existen metodologías críticas participativas que cuestionan las jerarquías del conocimiento tradicional, y que buscan combatir aquellas formas hegemónicas que relegan estos conocimientos comunitarios y ancestrales, quienes lo hacen se enfrentan a grandes dificultades por la falta de recursos y el cumplimiento de cronogramas rígidos que van en contravía del diálogo y la construcción de confianza tan fundamental para estos enfoques.
“La academia que está estructurada en métricas y plazos de productividad, no facilita el espacio para llevar investigaciones de este tipo, lo que limita su implementación y su efectividad. Además, es común que el conocimiento generado desde enfoques participativos no sea igualmente reconocido en publicaciones científicas tradicionales, lo que reduce su visibilidad y puede desincentivar a los investigadores a adoptar estas metodologías. Pero a pesar de esto, los enfoques participativos y los conocimientos ancestrales han demostrado ser esenciales a la hora de generar conocimiento relevante aplicable, en especial en contextos de sostenibilidad y justicia social. Cuando la academia adopta una visión más inclusiva y reconoce el valor de los saberes, permite formas de conocimiento innovadoras y profundamente conectadas con la realidad social”, plantea Douglas basándose en su experiencia en investigaciones de este tipo.
Si realmente el Gobierno Nacional quiere brindar alternativas justas para cualquier transición en favor del medio ambiente, es fundamental que se acerque a las comunidades y les pregunte sobre lo que ya han hecho y lo que quieren hacer. El conocimiento científico no puede resistirse a la agencia de los territorios, porque además de que impediría su efectividad, perpetuaría dinámicas de violencia que son parte del problema.
Es necesario que, como explica Yesid, “las comunidades organizadas puedan masificar su experiencia, hay experiencias de sostenibilidad en los territorios liderados por procesos comunitarios, campesinos, indígenas, pero que se han quedado en su nicho de sus comunidades, pero no han trascendido a un ámbito regional o nacional. Se ha quedado muy supeditados a una práctica ancestral”.
Ni la COP 16, ni los gobernantes de todos los países del mundo, ni ninguna cumbre supuestamente global, pueden recoger los conocimientos de sostenibilidad que tienen aquellos que han convivido y defendido la tierra por siglos. La crisis climática ha sido causada en nombre del “desarrollo” que permiten los grandes “avances científicos”, pero esa ciencia considera que las causas sociales le son ajenas y que el bienestar de la humanidad es algo secundario en la expedición humana del conocimiento. Hay que masificar estos conocimientos invisibilizados, la verdadera ciencia es la que pone a la vida, en todas sus formas, en el centro.